viernes, 20 de julio de 2012

LIBROS ABANDONADOS



Desde pequeña me han gustado los libros. Amaba los libros como mis segundos amigos. Me abrían un universo  por conocer, me enseñaban, me hacían compañía.

Hoy yacen en la biblioteca polvorientos, abandonados...rodeados de tela de arañas...

Amigos me regalan nuevos libros...Que agradezco con una triste sonrisa. No sé como decirles que no puedo leer.

Se lee para instruirse, para saber, para descubrir, para curiosear, para disfrutar, para emocionarse, para soñar....

Uno siente cuando se le ha ido la vida. Cuando el vino  no sabe igual que antes, cuando la música se vuelve aburrida, cuando los dulces ya no alegran el corazón y cuando no se tiene deseos de leer más.



Un profundo silencio rodea a mis libros. Ya no pueden hablarme. No tienen nada que decirme. Es como una amistad que se rompió y que se extraña.

Suele empezar con los amigos de carne  y hueso. Uno se va alejando lentamente. Ya no hay consuelo, no hay palabras. Todo esta dicho.



Lo mismo sucede con los libros. Allí están, mudos testigos de que nada fue como dijeron que era la vida.

Cuando llega el dolor, también ellos se callan. En realidad hay  muy poco escrito sobre el dolor. 

Todos los libros que dicen hablar sobre el dolor, no son más que como esos amigos hipócritas que se acercan como buitres para darte el tiro de gracia.

Cuando hay dolor, sólo hay silencio. Hasta Dios se calla.



Y un libro se convierte en un montón de palabras, cuyas hojas de papel, no sirven, no sirven para secar las lágrimas.

Hay un libro muy especial, que resiento enormemente no poder leerlo: La Sagrada Escritura. Cuando  no pude leerlo más, supe que estaba en serios problemas.

El único libro que puedo leer es mi alma, mi dolor, mis lagrimas. Sentada en la oscura buhardilla de mi ser, cubierta con la manta de la fatalidad, con guantes de lo inevitable, bebiendo ajenjo como consomé.



La soledad es inmensa, inmensa, infernal. Y los libros...están en otro mundo...lejos de mi, muy lejos de mi prisión....lejos de mi desesperación.

Dónde yo estoy, nadie más esta. Y las pocas palabras que puedo escribir, no alcanzan, no son suficientes para describir...el horror inmenso que consume  mi alma.

A pesar de todo esto, sé que aún sangro...la vitalidad corre por mis venas muy a pesar mio.Es por eso que puedo decir que agonizo de una manera desgarradora.

Le he pedido a Dios, que si tuviera que morir, quiero estar presente cuando eso suceda. Bien consciente de mi misma. Al pie del cañón con la misma muerte. Vivir antes de morir.Quiero entregar mi alma.

Nunca le dije cuando debía empezar a agonizar. El Señor decidió que agonizara con toda la salud encima, con la muerte en lontananza.

Como un Prometeo, cada mañana me levanto y me pregunto ¿por que no muero?

En el Purgatorio hay esperanza. Más  mi vida sin mérito alguno, no hay ninguna.

¡Libros! Hablenme de por qué Dios calla y los leeré.




El Señor da y el Señor quita.

En el páramo  desierto dónde habita mi alma, reconocerlo...da profundo temor.....y angustia....

Dicen que el Infierno es dónde no está Dios. 

Tampoco  hay bibliotecas.



 © Drakia Von Thaubergh.









lunes, 9 de julio de 2012

LA BESTIA Y EL JOVEN HERMOSO

LA BESTIA Y EL JOVEN HERMOSO





Una adaptación de © Drakia Von Thaubergh
 basada  en el Original
 “La Bella y la Bestia” de Beaumont- Villeneuve
Todos los derechos reservados

Era invierno cuando nació. Ese día en el castillo, se juntaron familiares, parientes y amigos. Hasta las hadas fueron convocadas.



Cuando llegó el momento de los buenos augurios, el Hada Mayor, la más anciana, habló primero. Y sentenció que sobre la niña sobrevendrían terribles maldiciones cuando cumpliera 15 años. Anunció que se volvería horrenda.

Todos los concurrentes la miraron estupefactos. Y antes que alguno pudiera decir nada, el Hada escapó raudamente por la ventana.

Las hadas restantes quisieron consolar a los padres, dándoles bendiciones a la niña. Pero todos estaban muy asustados. Sabían que las palabras del Hada Mayor pesarían más que todas las bendiciones.

Entonces se acercó un anciano sabio, un eremita. Miró a los apenados padres y entonces soltó un conjuro: La niña se mantendría a salvo mientras no saliera del castillo, pero si salía, la maldición del Hada mayor caería sobre ella. Para poder tener una esperanza de poder ser rescatada debía, en algún momento de su vida, retornar al castillo. Y quedarse allí de por vida. Ella debía ser custodia de la Biblioteca de los Di Angelo, la Biblioteca que  le fuera heredada de sus ancestros,  de miles de años de tradiciones y fe. Ella podría comunicarse con sus semejantes a través de cartas y escritos, pero jamás cara a cara, saliendo del castillo. Tendría el don de la videncia. Y para volver a su estado original, la princesa debía ser amada, debían solicitarla en matrimonio y casarse con ella. Eso era  lo único que rompería el hechizo. Pero debía ser antes de que cumpliera los 35 años, de lo contrario, ella moriría sin volver a su primitiva forma.

Los padres de la princesa cobraron esperanzas en cuanto el anciano dijo que si no salía del castillo, la niña no recibiría la maldición. Y se quedaron tranquilos pensando que sólo eso bastaba.

La niña creció leyendo casi todos los libros de la Biblioteca de los  Di Angelo. Era tímida e ingenua. Pero se sentía muy sola. Sus padres cubrían los ventanales de pesadas cortinas para que la niña no viera el exterior y no se tentara. Así que no conocía el mundo. Jugaba con niños que le traían sus mismos padres y aprendía las letras; los números, con los maestros que los visitaban al castillo. Era una niña dulce, atenta con sus padres, llena de sueños, amante de las artes.

Pero la princesa Kiara era muy curiosa, todo cuanto estaba oculto ella quería conocerlo. Y cuando se hubo recorrido todos los rincones del castillo, leído todos los libros, inspeccionado la mínima sombra que se moviera en las habitaciones; la asaltó la terrible tentación de salir del castillo.

Al principio lucho contra esa tentación. Ella sabía muy bien lo que le sucedería si salía. Lo sabía a través de sus padres, de las hadas buenas y sobre todo  a través de su don clarividente.

Pero como toda tentación, a medida que aumenta, se ve menos peligrosa y sumamente atractiva a medida que transcurre el tiempo. Y a los cercanos 15 años, la niña ya planeaba su fuga.

Llegó el esperado decimo quinto aniversario de su natalicio. Transcurrió con ansiedad, casi sin festejos. Una angustia vehemente  acosaba a sus padres. Temía el desenlace fatal.

Pero los días pasaron y nada ocurrió. El padre se fue entonces a ocuparse de asuntos de negocios en tierras lejanas, dejando la custodia personal en manos de la madre de la princesa.

La madre de la princesa empezó a añorar a su esposo. La nostalgia la consumía y le lloraba cada día. La ausencia de su marido la distrajo enormemente en el cuidado de su hija. Pasaba horas mirando por la ventana. No comía ni dormía. Amaba intensamente a su esposo y los días le pesaban. En dos meses había hasta olvidado la existencia de su hija.

La niña dolida por esa desatención inesperada, toma la resolución de que era el momento perfecto para efectuar la huida. Y así, una noche de verano, huye, amparada por las tinieblas.



La metamorfosis fue lenta…muy lenta. Empezó primero con los dientes, luego con sus cabellos, sus  manos;  al final le salieron garras. Sus ojos se volvieron extraños, con una luz macabra. Y a medida que pasaban los meses y los años, su transformación se iba haciendo  más completa.

Pero no fue sólo externa su mutación. Se volvió perversa, sanguinaria, bestial. Acechaba a sus víctimas para saciar sus apetitos carnales y alimenticios. Dejo de ver la luz del sol.



Era lasciva, inmisericorde, malvada. Su alma era negra y  profunda como un infierno. Imponía el miedo entre las gentes, asustaba con sus delitos. Fue así por 10 largos años.

Ya hartos,  los pobladores señalaron su venganza a tantos crímenes. Y le tendieron una trampa.  Pusieronle dos carnadas humanas en medio de las ruinas de un castillo. La Bestia fue, atraída por el olor de sus cuerpos, untados en sangre. Y cuando estuvo cerca, le cayeron encima sus perseguidores, armados con antorchas con fuego y lanzas; hiriéndola, golpeándola repetidamente, hundiendo sus lanzas candentes en sus carnes. Cuando creyeron que había muerto, la abandonaron un instante. La Bestia aprovechó para huir despavorida.



Recorrió campos lejanos, mojados en rocío y niebla, con paso torpe y vacilante. Llegó a su antiguo castillo. Sus padres, conocedores de su huída, se transformaron en dos gárgolas que custodiaban la entrada del castillo. Fue un acto de piedad de las hadas buenas.



La Bestia, cuyo susto le azotaba el alma, juró no volver  jamás a la civilización. Permanecería encerrada como una ermitaña, custodiando los libros amados de la Biblioteca. Volvería a ser una princesa, la princesa Kiara Di Angelo. Volvería a ser digna.

Y así vivió por 5 años, rodeada de buenos libros, que ella volvió a leer con renovada curiosidad, instruyendo su alma, tomando la fe de sus padres. Era una vida apacible, rutinaria, triste y solitaria. Nadie la acompañaba y los días se hacían intensamente largos. 



Controlaba su enardecimiento animal a base de ayunos, votos, azotes  y penitencia. Se entretenía bebiendo de la  sabiduría de viejos autores, ancestros sabios. Pero no bastaba y a veces lloraba intensamente su frustración.

Calmaba su soledad  recibiendo y respondiendo correspondencia de viejos bibliófilos, monjes y eremitas, a la que con el tiempo le sucedieron jóvenes amantes de las buenas costumbres. Todos pensaban que la princesa Kiara había vuelto y que había tomado posesión del castillo luego de un largo viaje, que había vuelto enferma tras un trágico accidente y que por eso no se mostraba en público. Nadie sabía que aún era la Bestia y que escribía esas cartas con dedos afilados por largas y siniestras uñas.

A los 30 años  recordó que le quedaban  sólo 5 años de vida. Escribió a viejos monjes para contarles su situación. Éstos formaron un concilio, presididos por aquel anciano que le dio el conjuro y dictaminaron que era conveniente que buscara pretendiente.  La Bestia se preguntó cómo sería posible, ya que su apariencia era aterradora y no habría quien la quisiera. El más anciano de los eremitas la consoló diciendo que aún si no conseguía quien la amara, la muerte vendría presta en pocos años y la libraría de ese cuerpo infernal. Que se consolara en los libros, sublimando con el intelecto, los impulsos bestiales que sufría.



La Bestia decidió publicar una proclama, en dónde decía que buscaba pretendientes y que estos debían aparecer  en el salón del castillo, dónde sería probados con una prueba de audacia. En esa prueba debían mantenerse estoicos e inconmovibles, de lo contrario, perderían y serian rechazados como pretendientes.



Al poco tiempo  se presentaron los  aspirantes y  fueron recibidos uno a uno en el salón.  La princesa Kiara dejaba la puerta abierta para  que  pudieran entrar al salón y sólo después aparecerse, algo disfrazada, para que no reconocieran a la popular Bestia. Todos, huyeron despavoridos. Ninguno llevó a cabo con éxito la prueba.

La princesa lanzó una nueva proclama, en el que decía que la prueba había fallado y que se retiraba  al Animal al calabozo. Que no se presentaran postulantes.

La Bestía salía  a veces, por las noches de verano, a recorrer los bosques solitarios de su reino. En uno de esos viajes encontró a un leñador dormido. La princesa le hablo en su sueño, oculta en las sombras nocturnas de los árboles,  y el leñador se enamoró de su voz.

Volvió  el leñador varias noches y la Bestia cobró confianza y se mostró en la penumbra. El leñador, que no veía bien,  le declaró su amor. Y la Bestia estuvo contenta por unos días…hasta que se dio cuenta que el connubio no aparecería jamás…sobre todo porque el leñador no la conocía verdaderamente. Dejo de recorrer los bosques, abandonando en su soledad al leñador.



Acongojada por tal evento, le escribió a un joven que se gano su corazón y confianza por su conocimiento y sus sabias palabras. Le contó su desventura con el leñador La correspondencia fue fluida y pronto surgieron muestras de afectos. La princesa se enamoro de su interlocutor lejano y cuando creyó que el momento era afortunado, ella, ciega totalmente, le declaró su amor. 

Aquel joven pareció corresponderle y las palabras afectuosas y requiebros se sucedieron. Más la princesa Kiara sabía que para que se pudiera romper el hechizo, su pretendiente debía conocerla en verdad y de éste modo amarla y casarse con ella… Entonces le confesó, por carta, que ella era la Bestia que alguna vez había azotado al reino.

La respuesta del  aquel joven  no se hizo esperar. Le escribió una carta escueta y cruel, en que la rechazaba sin más explicaciones.



La Bestia sintió en lo vivo ese rechazo. Ni siquiera la había visto  y la rechazaba. No importó que ella revelara su alma, tal como estaba ahora, pulida en virtudes y sufrimientos,   en largas penitencias. La herida que le causó a su corazón fue peor que cuando  aquellos pobladores la golpearon e hirieron con sus lanzas.



Envejeció su alma unos 20 años. La tristeza se apoderó de su alma, junto con la desesperación. Abandonó los libros amados. Dejó de escribir correspondencia. Cerró todas las ventanas con aquellos pesados cortinajes que conoció su infancia. Pronto la ruina se apoderó del castillo y los matorrales y la maleza llenaron los jardines del castillo. Las telas de arañas constituían el ornato de habitaciones vacías, desoladas. Las paredes se volvieron sombrías y ya la luz era tenue en el castillo. Pocas velas alumbraban aquellas habitaciones de espejos quebrados. La Bestia no entendía el sentido de su existencia, no le encontraba sentido a la vida.



Tenía 33 años cuando escuchó llegar un caballo en las afueras del castillo… Y la curiosidad fue más grande que su tristeza. Se asomo, temblorosa a la ventana. Vio a un joven hermoso apearse del caballo muy dificultosamente y caminar a duras penas hasta el castillo. Se lo veía herido. El caballo parecía cansado, ya que  seguía  a su amo lentamente. El joven debía creer que el castillo estaba abandonado y por eso buscaba refugio en él.

Corrió apresurada a encender más luces y luego abrió las puertas. Y se escondió en una de las habitaciones. Y esperó.

El joven, tal  como ella esperaba,  entró al castillo y se recostó en una cama de una de las habitaciones que encontró iluminada. Y se quedó dormido.

Al amanecer encontró un suculento desayuno en el dormitorio, y al pie de la cama, ropa limpia y nueva. Una nota decía que su caballo se encontraba bien y que había sido servido.  El joven  se alimentó y se vistió. Cómo aún estaba lastimado, se deslizó lentamente hasta el salón. 

No había nadie. Afuera llovía a cántaros. Se sentó en un gran sillón. En una mesa de junto  había una botella de vino y una copa. Se sirvió.  Y en minutos se quedó dormido. Estaba muy cansado.

Cuando despertó, tenía una  mesa puesta delante de él, con deliciosos platos. El silencio era muy grande y aún así el joven no se sentía solo. Luego de comer, volvió a quedarse dormido.

Se hizo la noche. La luz de la luna entraba  por los grandes ventanales. Las cortinas habían sido corridas y muchas velas iluminaban el oscuro salón.

El muchacho estaba consciente de no estar solo. Y como se sentía mejor, luego del refrigerio y el sustento abundante, se incorporó torpemente y preguntó en voz alta sobre quién habitaba la casa.
La Bestia se asomó temerosa, y se mostró a cara desnuda ante el joven. Este se asombro. Quedose en silencio un buen rato. Pero no huyo. Estuvieron un largo tiempo sólo mirándose, hasta que la princesa Kiara le pregunto su nombre al joven. 



Así supo que el muchacho se llamaba Giovanni. El muchacho, al ver que no le hacía ningún daño y que la Bestia tenía una mirada triste aún en sus ojos raros, siguió hablando con ella. Giovanni le contó que su familia estaba en apuros y que había salido de viaje, en busca de hacer algún negocio que llevara dinero a su familia.  Su padre había muerto y su madre y hermanos estaban solos a merced de los bandidos del lugar, ya que dónde vivían era un pueblo un poco olvidado por la justicia. Y que estaba en ese asunto cuando sufrió un accidente con el caballo y se cayó muy mal. Y lo más próximo que  encontró fue ese castillo. Y que debía volver urgente con su familia.

La princesa Kiara le contó entonces que poseía el don de la videncia y que en ese momento su familia se hallaba bien. Le dio detalles de su hogar, así el joven supo que no mentía. La princesa se  ofreció cuidar de él hasta que se recuperara y luego podría irse. El joven aceptó la hospitalidad de la Bestia con la condición de que estaría siempre al tanto de su familia.

Era verano cuando se instaló y las lluvias eran abundantes. La herida del muchacho era seria. Tardaría meses en componerse.

La Bestia fue solícita con él y todos los días curaba y vendaba la herida de la pierna de Giovanni. Sin duda se había quebrado también, de ahí que  se desplazaba muy poco por el castillo. El muchacho le manifestó a la princesa que amaba a los libros, asi que Kiara le acercaba todos las semanas libros de su Biblioteca. El muchacho no tardo en sentirse a gusto en el castillo.

Y así, la princesa colmaba de atenciones al joven y Giovanni comenzó a cobrar afecto por la Bestia. Ambos se sentían cómodos en esa acompañada soledad. Y pasaron los meses y llegó el invierno con sus nieves. 



La Bestía no ocultaba su amor por aquel hermoso joven. Se lo hacía saber en mil pequeños detalles. Y Giovanni parecía corresponderle. Pero cuando, en una cena, salió a la luz el tema; el muchacho  manifestó que la amaba, pero que no podía hacer nada ya que tarde o temprano debía volver con su familia y resolver muchos asuntos. Que sólo un amor amistoso le podría ofrecer. Que necesitaba tiempo.

La Bestia se negaba concederle ese tiempo. Sabia, en sus dones clarividentes, que el joven podría no volver nunca.  Y eso la Bestia no podía soportarlo.



Pasaron algunos días más y el joven se hallaba repuesto y saludable, dispuesto a irse. La princesa comprendió que era inevitable que se fuera. Y con lágrimas en los ojos, decidió dejarlo ir, con la condición de que arreglara sus asuntos, finalizara contratos y se despidiera de su familia en  dos semanas y volviera con ella, para siempre.

Giovanni  entonces buscó su caballo y se fue hacia su hogar.

La Bestia quedó triste, expectante, aguardando el regreso de su amado. Como lo había hecho su madre, cuando su padre salió de negocios; velaba también ella frente a la ventana sin cesar, sin comer ni dormir. Se ahogaba en lágrimas de nostalgia.



Y  pasaban los días y Giovanni no regresaba.



Los negocios se le habían hecho complicados y su madre tenía problemas impostergables… Y pasaron dos semanas. Pasó otra y otra.

Aquel joven hermoso recordó la promesa que había hecho a la Bestia. También la extrañaba profundamente. Y se dio cuenta que la amaba. 

Se despidió de sus familiares y partió velozmente al  castillo.

Halló a la Bestia acostada en su dormitorio, en un castillo a oscuras, completamente abandonado.

Estaba moribunda de pena.



Giovanni lloró al verla así. Y entre lágrimas le confesó que la amaba y que se casaría con ella lo más pronto posible.

En ese instante, la Bestia, toda ella se iluminó. Y cuando el joven pudo volver a verla, vio que en su lugar yacía una hermosa joven, la princesa Kiara.



Entonces, ocurrida las nupcias, volvió la alegría al castillo. Todo volvió a florecer y reverdecer.

La Bestia por fin pudo ser feliz. Kiara y Giovanni no volvieron a separarse nunca más.



FIN

Nota del blog: Este cuento tiene un final alternativo. No se publicará aquí por protección de propiedad intelectual perteneciente a  © Drakia Von Thaubergh. Todos los derechos reservados.

Algunas Ilustraciones son de Favole (Victoria Frances)










lunes, 2 de julio de 2012

CEMENTERIO DE SUEÑOS





Hay un lugar que es mucho más sombrío que la Muerte y mucho más claro que el Infierno.

Es el Cementerio de los Sueños Muertos.

Consiste en una floresta con la luz de un sol extraño, un sol que es siempre mañanero, que no se pone nunca.

 Los colores son raros, por momentos brillantes y por momentos sepias…

Las risas se escuchan lejanas, como un arroyo a lo lejos. Las palabras danzan suaves, como  copos de nieve. Y las melodías se repiten una  y otra vez, por cada Sueño Muerto.

Allí hay una niña, una niña que ríe feliz, rodeada de unos padres amorosos, que también ríen con ella. Hay una casa de paredes de salmón, con muchas rosas y mucho sol. La casa se llena de familias y niños. Y las tertulias y juegos se suceden en una mañana siempre eterna…



En otra hectárea hay una adolescente, blanca y pálida como la nieve, de rostro severo y mirada profunda, celeste. Esta sentada y teje entre sus manos. Teje pensamientos claros como la albina lana. Sueña con un futuro puro y casto, sentada en su torre ebúrnea, custodia del Cementerio.  Sus padres, a  lo lejos; velan guardianes su Cofre de Sueños de Doncella. Han hecho el pacto de que  no habrá asuntos que interfieran en el Porvenir de su hija. El Amor los mantiene fuertes, unidos en una mañana siempre interminable.



Una plaza, con numerosos bancos y árboles que susurran, enfrentan a la Iglesia de éste Cementerio. Allí, sentada en uno de estos bancos, justo enfrente a la puerta del templo;  una novia blanquísima espera, con un borbotón de rosas blancas y un vestido de nubes. El brillo de su mirada es un Paraiso preñado de todos los Sueños de éste Cementerio. Y ahí aparece el novio, el bendito de Dios, el esperado, el elegido desde siempre. Es tan blanco, que no parece real, su rostro no se ve más que como un sol, cómo un reflejo de su fe. Sus manos firmes, conducen a la novia al camino seguro, al de las Mañanas Infinitas, las que no son de éste Cementerio.



Más allá, en un cerro, vecino a las nubes, una casita alberga una cuna. Una madre titila sobre ella, con su inmenso vientre lunar. Un arcón lleno de ropas de bebe, como retazos etéreos de mil sueños  muertos, duermen felices, aguardando. Y muchas risas de bebe, que se evaporan lentamente, en un profundo eco…un eco terrible. Este Sueño es el más brillante…y el más horrorífico de todos. El Sol brilla alucinante sobre él, como una mañana congelada en el mismo minuto.

Más allá se ven niños jugando en un parque, con tantas risas….Una madre que se reparte como un cálido tazón de chocolate, sin dejar ningún huérfano ni ninguna flor marchita ni ninguna lágrima. El sol hasta canta y se mueve en su mañana onírica.



Aún más lejos hay una pareja de ancianos, sonrientes, rodeados de nietos. No se sabe si son los padres de la novia o la novia junto a su cónyugue, en la ancianidad. No importa, es la  misma imagen repetida. Y la misma mañana.



Hay otra torre de marfil.  Es la otra custodia del Cementerio de los Sueños Muertos, la que lo cierra. No hay una Doncella en ella. Es un ángel consagrado a Dios. Aquí el sol no es tan fuerte y la mañana se ve gris. Pero el ángel brilla como un sol mañanero, con sueños que no morirán jamás. Este Sueño muerto también es uno de los más terribles.



Aquí, ya en una vista más panorámica,  un visionario sol, casi fantasmagórico y gigante, rodea con su luz al Cementerio, como anunciando algo, como queriendo decir en un grito inaudible….que todo esto tan bello, es un maldito Cementerio de Sueños. Parece anticiparse a aquel cartel, que Dante viera… “Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza ".

Es por eso que yo no sueño. No sueño más.



© Drakia Von Thaubergh